Aquello era la misma imagen del horror: las costras de sangre marrón colgando del pelo enmarañado, las cabezas arrancadas sonriendo a todos y a nadie, los puños crispados que señalaban hacia el cielo, los miembros sueltos que alguien había encajado torpemente en otros cuerpos , los intestinos brotando de los vientres rajados...La segunda noche, en una pausa de la batalla, Niccolini le puso al frente de un brigadilla y le ordenó descolgar de unos árboles los cadáveres mutilados de unos milicianos. Los cuerpos estaban ya rígidos, con la piel azulada y las caras deformes, los ojos rezumando un líquido amarillento que formaba una costra en la mejilla.Antes de decolgarlos, los soldados se entretuvieron columpiándolos con una estaca...
Dientes de leche . Ignacio Martínez Pisón
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