A María de las Candelas le gustaba que en el curro la llamaran Marta, como a la del Evangelio, que le sonaba muy fino y le caía muy bien, por motivos que no sabía cuáles eran. Alta, de fuerte contextura ósea, proporcionada y atractiva, tenía un buen ver de cuarentona, con los restos, todavía de pie, de una antigua belleza, mantenida con un esfuerzo y exhibida con generosidad profesional. Se dedicaba, no hay que decirlo, al santo oficio de la prostitución callejera, al gremio de las "mozas de soledad y fortuna", como las llamaban en los viejos tiempos, con agradecida propiedad, y estaba convencida , en los entresijos últimos de su determinación laboral , del carácter caritativo de su trabajo, en favor de quienes demandaban sus servicios por una perentoria necesidad de desgraciados solitarios, sin una mano amiga que los ayudara ni una sonrisa que les alegrara la vida. Fervorosa, creyente, de misa diaria, lo cortés no quita lo valiente y por muy arrastrada que esté una, el buen Dios, que conoce mis buenos sentimientos, siempre me echará una mano. Daba mucho más de lo que recibía, a pesar de sus tarifas altas y de cobrar antes del trabajo..Como solía decir,¡soy puta, pero honrada!.No obstante ,nadie diría que era lo que realmente era, una furcia sentimental. Una clientela fiel, hecha a base de años y de cumplir la la palabra, en la que había profesores de universidad y hasta canónigos, la consolaba de las amarguras de su oficio y de los canallas, que siempre los hay.
Tierra Violenta. Luciano Egido
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